
No te enfoques solo en las debilidades de tu cónyuge.
a. Tú tampoco eres perfecto (a), así que no es justo ver solo lo malo en el otro.
En cualquier relación las responsabilidades son para los dos. Reconocer las propias debilidades, formas de hablar y reaccionar, quitan tensión a una discusión; si cada uno asume este rol como forma de vida, antes de juzgar, estarán creando lazos fuertes de confianza el uno en el otro y espacios donde no se agreden, sino en los que se busca una solución.
b. Recuerda las cualidades que admirabas de tu pareja y los buenos tiempos juntos.
Mira hacia esos buenos tiempos juntos que son más fuertes y numerosos que los difíciles. ¿Por cuáles características de tu cónyuge decidiste que era la pareja ideal para ti? ¿Qué momentos o experiencias vale la pena recuperar? ¿Qué sueños aún están por lograr?
c. Las diferencias no son amenazas, tú tienes lo que al otro le falta y viceversa.
Esos puntos en los que las diferencias parecen irreconciliables, son caras diferentes de la misma moneda, que dan equilibrio a tu relación. No te sientas amenazada (o) por esto, busquen acuerdos y puntos de encuentro y de ahí construyan el punto vista de la pareja, como una nueva y mejor versión del individual.
d. Piensa positivamente, podemos mejorar. No hay peor lucha que la que no se pelea.
Las discusiones no son para esquivar, siempre que hay una dificultad hay una oportunidad para mejorar, para pulir esa piedra preciosa que tienes en tu relación de pareja. Discute no para tener la razón, sino para construir, para escuchar el corazón de la persona que amas y para comunicarle las intensiones profundas de tu corazón.